
Terminé
la primera entrega de este comentario mencionando que esta película está
estructurada en base a episodios. Ahora deseo dedicar especial atención a aquel
que transcurre en casa del granjero. Para los que no hayan visto la película,
comento brevemente que Hannay debió saltar del tren que lo llevaba a Escocia
por haber sido descubierto por la policía y continúa su viaje llega a pie por
los páramos escoceses hasta que llega a una pequeña granja. No puede seguir,
por lo avanzado de la hora, y pide alojamiento al granjero. Éste le exige una
suma de dinero a cambio del favor y por su pronta reacción y la mirada de reojo
que dirige a Hannay – ¿de desconfianza o de evaluación para determinar cuánto puede
cobrarle? – ya vamos adivinando algo sobre su personalidad. Luego lo conduce
hasta la casa, en donde espera una joven mujer con aspecto amable. Hannay
inocentemente pregunta al granjero si es su hija, dada la evidente diferencia
de edad, obteniendo una amarga aclaración del marido ofendido y la vergüenza de
la mujer. Dentro de la vivienda entabla una conversación con la joven sobre
temas triviales, mientras inspecciona disimuladamente el diario del día, en
cuya tapa aparece su foto. Llega el granjero y todos se sientan a cenar. Al
mismo tiempo que agradece a Dios por los alimentos servidos, el granjero espía
a Hannay, quien sigue pendiente del diario, y a su mujer, que cruza miradas –
primero interesada y luego asustada por haber leído el titular – con nuestro
protagonista. Cuando llega la noche y se acerca una patrulla policial, la
mujer, enterada de la inocencia de Hannay, lo despierta para que retome la
huída, pero ambos
son descubiertos por el granjero, quien sólo acepta ayudar al
fugitivo luego de haber recibido más dinero. A pesar de ello, la mujer insiste
en que Hannay huya, porque no confía en su esposo. Nuestro héroe entonces se
escapa por una puerta trasera, camuflado con el abrigo del granjero y después
de robar un beso a su benefactora. La joven queda nuevamente sola con su brutal
marido y sólo volveremos a verlos muy brevemente, en la escena que mencioné en
un párrafo anterior, en la cual el granjero descubre que su esposa entregó a
Hannay su sobretodo, con el libro de himnos que salva a nuestro protagonista en
un bolsillo.-

Esta
secuencia sólo dura unos pocos minutos, pero en ellos se encuentra concentrado
uno de los pilares del cine hitchcockiano, del cual ya hablé en una entrada
anterior: las películas de Mr. Hitchcock no
son “fotos de gente hablando”. Aquí el texto va por un carril y la imagen por
otro completamente distinto y no necesitamos de parlamentos expositivos para
entender la inmensa y conmovedora soledad de esta joven esposa atrapada en un
matrimonio sin amor, con un hombre mucho mayor que ella, con intereses y
prácticas totalmente diferentes y con la sensibilidad de un puercoespín. Tanto
menos cuando obviamente la intención de Mr. Hitchcock no era que la película se
transformara en la historia del posible triángulo amoroso entre Hannay, el
granjero y su mujer. ¿Cuántas veces nos sucede mirando una película que al
terminar nos preguntamos qué sentido tenía tal o cual escena? ¿Para qué nos
dieron esa o aquella información? Pues bien, en esta película Mr. Hitchcock
hace una demostración de la perfecta utilización del tiempo en la pantalla, ya
que aquí nada sobra ni falta (les dije que soy totalmente parcial al hablar de Treinta
y nueve escalones).-



Muy
brevemente, para ir terminando este comentario, quisiera señalar la importancia
de esta película en la filmografía de Mr. Hitchcock, dado que aquí se establece
unos de sus temas esenciales: el del inocente fugitivo. Ya en The lodger (El enemigo de las rubias),
de 1926, Mr. Hitchcock había abordado el tema del hombre culpado de un crimen
que no cometió. Pues bien, aquí agrega el elemento del desplazamiento por
distintos escenarios, que repetirá en Young
and innocent (Inocencia y juventud) en 1936, en Saboteur (Sabotaje) en 1942, en Spellbound
(Recuerda) en 1945 y por supuesto en la muy conocida North by Northwest (Con la muerte en los talones, Intriga
internacional) en 1959. Este tipo de trama aporta muchos beneficios para una
película: velocidad, variedad, exotismo, y eso que Mr. Hitchcock sabía
aprovechar y que surge de la pregunta “¿qué tienen en tal lugar?”.-
En
esta película el cameo de Mr. Hitchcock puede verse después de la primera
escena, cuando Hannay y Annabella salen del teatro de variedades y cruzan la
calle para tomar el autobús el director pasa caminando delante de ellos y
arroja un objeto blanco.-

Finalmente,
Treinta y nueve escalones se consigue fácilmente en DVD en Argentina, en una
edición de precio accesible con buena calidad de imagen y sonido y subtítulos
en español bastante adecuados. Además viene con un episodio de la serie “Alfred
Hitchcock presenta” titulado “El jarrón Cheney” (no es mi preferido...).-